martes, 21 de octubre de 2008

¿Qué es el duende del toreo?


Para los neófitos en la materia, al hablar del duende seguro que se les viene a la mente aquellos cuentos de nuestra niñez donde aparecían esos personajes de color verde, con orejas afiladas y de carácter travieso. Precisamente porque se trata de un concepto fantástico e intangible, el duende aplicado al arte de Cúchares está rodeado de un halo de misterio, se puede decir que es el estado metafísico que buscan todos los actores de la Fiesta cada tarde de toros.


El primer interesado en encontrarse con estas musas es el propio torero y, cuando consigue esto, el público que está en el tendido entra en un estado de emoción que supera los sentidos. Puede parecer exagerado, pero esta especie de nirvana o estado de felicidad es lo que hace único al espectáculo taurino. Para alcanzar el duende es necesaria una importante dosis de perseverancia por parte del aficionado y, en el caso de los toreros, sólo algunos tienen las cualidades innatas para crearlo. Vaya por delante mi máximo reconocimiento a todos los que son capaces de enfrentarse a un animal bravo. Si echamos un vistazo al escalafón, hay un buen número de toreros que cuentan con una trayectoria plagada de triunfos y que incluso han conseguido hacerse ricos con su profesión aunque, a pesar de ello, como dice el refrán, “son muchos los llamados y pocos los elegidos”. Así que no todos los que se ponen delante de un toro tienen la sensibilidad y la capacidad de crear belleza en su sentido más profundo.


Uno de los maestros tocados con la varita mágica, Curro Romero, me explicaba esto del duende definiéndolo como “una sensación donde parece que no te pesa el cuerpo”. Frase corta pero cargada de contenido, igual que las faenas de Curro, donde se expresa perfectamente un sentimiento que supera la barrera de lo terrenal. Podemos decir que la búsqueda de esto es lo que, esencialmente, le da verdadera razón de ser al espectáculo. El duende del toreo es el fin del artista y del aficionado, en definitiva, la llama que mantiene viva la ilusión del que acude, tarde tras tarde, a un coso taurino.


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