lunes, 27 de octubre de 2008

Ganadero, alquimista de bravura

Los medios de comunicación siempre solemos hablar de las dificultades que entraña ser torero pero pocas veces analizamos la labor que realiza otra figura fundamental dentro de la Fiesta: el ganadero. Este vocablo cuando se aplica a la crianza de reses bravas adquiere un significado mayor, o al menos distinto, si lo comparamos con los propietarios de otro tipo de animales. Ser ganadero de toros bravos implica no sólo tener capacidad económica para adquirir y mantener en buenas condiciones las reses, sino también son necesarios muchos otros condicionantes. Factores como la afición, mejor dicho la pasión y la dedicación plena, así como un profundo conocimiento del toro bravo se deben unir a ese sexto sentido que posee todo buen ganadero y a la consabida suerte, siempre necesaria para todas las facetas de la vida.

Cada ganadero tiene en su mente un tipo de toro determinado. El denominador común de todos ellos es la búsqueda del espectáculo que, según el animal logrado, puede poseer tintes más dramáticos –en el caso de las denominadas ganaderías toristas- o más bellos, si el toro se cría buscando la plasticidad del toreo. Respecto a la pugna entre ganaderos “toristas” y “toreristas”, yo abogo por aquella cita que dice que “el mejor aficionado es aquél al que le entran más toreros en la cabeza” aplicándolo, en este caso, a las ganaderías. Soy de la opinión que no existe una verdad única de las cosas y que la cuestión está en encontrar un punto medio, “aurea mediocritas”, como diría Aristóteles. Pienso que todos los ganaderos tienen cabida dentro de la tauromaquia actual y de lo que se trata es que el animal tenga el carácter suficiente para crear espectáculo, bien siendo un colaborador o un adversario para el torero.

De lo que sí me posiciono en contra es de las medias tintas, del toro descafeinado, anodino y que sí supone un verdadero peligro para el espectáculo. Estoy convencido de que no existe ningún ganadero que pretenda conseguir este producto pero desgraciadamente sale al ruedo más de lo que debería. Como me comentó un día Juan Pedro Domecq, “en la selección no siempre un semental y una vaca de extraordinaria bravura dan como resultado un animal excepcional”. En este mismo sentido se muestra Salvador García-Cebada –propietario del hierro de Cebada Gago-, que “se da con un canto en los dientes” si le embistiera anualmente un 30 por ciento de la camada.

Otra de las dificultades más significativas del oficio de ganadero es que los resultados de una becerra que se aprueba hoy se verán en la plaza, como mínimo, dentro de tres o cuatro años, por lo que los errores en la selección se pagan bastante caros.

Por tanto, la bravura podemos considerarla un milagro donde tienen que coincidir innumerables condicionantes aleatorios para que se dé. Es una ansiada fórmula que debe ser descifrada por el ganadero, un auténtico alquimista que dedica su vida a este empeño.

1 comentario:

mgg dijo...

efectivamente conincido en que el toro más bravo es el que más dura en la muleta, queriendo cogerla hasta el final y hasta el último respiro del animal