miércoles, 18 de marzo de 2009

Cuestión de supervivencia

Desde que el hombre es hombre siempre ha buscado la picaresca, el camino más fácil para hacer las cosas. El deportista que se dopa para conseguir la mejor marca posible, el escritor que plagia fragmentos de grandes obras, el cantante que hace playback…Son muchos los ejemplos de fraude que encontramos en el día a día en todas las disciplinas artísticas y facetas de la vida y, como no puede ser de otra manera, el toreo no es una excepción. Lo que ocurre es que este mundo tiene un carácter heroico que le hace ser el único espectáculo donde la muerte se vive en directo y, por tanto, aquí el fraude se hace más escandaloso. La manipulación de las astas es un tema tabú del que no hablan los profesionales y abordan muy de pasada los medios de comunicación. El afeitado se viene produciendo desde mediados del siglo pasado, años en los que las figuras del toreo empezaron a convertirlo en práctica habitual. Manuel Benítez “El Cordobés” allá por los sesenta fue quizás el torero que por su fama “levantó la liebre” y sus récords en cuanto a número de actuaciones no estuvieron exentos de polémica. La plaza de Las Ventas fue escenario el 18 de mayo de 1968 de un altercado histórico cuando Miguel Mateo “Miguelín” se tiró al ruedo vestido de chaqueta en el sexto toro de la tarde, mientras toreaba “El Cordobés”. “Miguelín” se agarró al lomo del animal de Bohórquez a cuerpo limpio poniendo de manifiesto que el espectáculo estaba adulterado.
Lo que empezó siendo un lujo de las figuras ahora es un hecho habitual asumido por profesionales, aficionados y autoridades que miran para otro lado ante la ineficacia de los mecanismos de sanción que tienen a su alcance. La mayoría de los ganaderos asumen el riesgo de afeitar sus toros con tal de que los lidien las figuras y así poder estar dentro del circuito comercial. Como le escuché explicar a Víctor Mendes hace pocos días en un coloquio: “Es como ir en un Ferrari a doscientos por hora en una autopista y cuando te para la policía sólo te sanciona con cien euros. En este caso uno paga ese peaje y sigue a la misma velocidad. Pues lo mismo ocurre con las multas a los ganaderos, son irrisorias”.
Mendes reconoce que él ha lidiado una gran cantidad de toros afeitados y, a pesar de que se posiciona del lado del aficionado, seguro que es el primero en exigir esta práctica fraudulenta para los toreros que apodera. Es una cuestión de supervivencia, de minimizar riesgos o, mejor dicho, de tranquilidad para el que se pone delante del toro. En realidad la manipulación de las astas, en caso de cornada, agrava la herida ya que el pitón tiene un mayor grosor haciendo que el percance sea en términos médicos más “sucio”. La clave del afeitado está en que le quita al toro el tacto a la hora de cornear, igual que si a un gato le cortamos la punta de las uñas no calcula bien la distancia al arañar.
Con todo esto pretendo exponer una circunstancia real y cotidiana en el mundo del toro, sin menospreciar el riesgo que supone enfrentarse a un animal bravo. El afeitado está a la orden del día pero las cornadas también y, por tanto, no es cuestión de que ahora nos rasguemos las vestiduras. Obviamente, como aficionado y como informador taurino mi obligación es apostar por la integridad del espectáculo al cien por cien. Algo que, permítanme que les diga, me parece una quimera, al igual que ocurre en cualquier otra actividad donde esté el hombre de por medio.

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