Apenas acabo de llegar de la tercera reunión de nuestra Tertulia Taurina de Algeciras y ya tengo inquietud por escribir estas líneas que, en primer lugar, tienen que ser de agradecimiento hacia Ramón Valencia, empresario de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, y a Pedro Rodríguez Tamayo, un sevillano, bilbaíno de adopción, aficionado de reconocido prestigio y amigo de la familia Canorea. Gracias a ambos por hacer el esfuerzo de venir desde Sevilla hasta Algeciras, a pesar del temporal, para compartir con este grupo de aficionados una tarde de sobremesa taurina.
Si algo saco en claro después de conocer personalmente a don Ramón y a don Pedro es que la empresa Pagés, con una tradición de 77 años, está en manos de empresarios. Ustedes dirán “anda que Javier ha descubierto la pólvora”. Sé que es una perogrullada pero hago hincapié en este término diferenciándolo del concepto de empresario taurino y los que conocen el toreo por dentro saben a lo que me refiero. El empresario taurino es una figura defendida por los que se autodenominan “románticos” de la Fiesta. Para que ustedes me entiendan, un señor que supuestamente ama el toreo, al que lo único que le preocupa es organizar carteles rematados y que está en esto “por amor al arte”, nunca mejor dicho. Pero nada más lejos de la realidad. Permítanme que les diga -y les hablo con conocimiento de causa- pero los mencionados empresarios taurinos son los que más daño le hacen a la tauromaquia. En qué cabeza cabe que una empresa puje por obtener la concesión de una plaza de toros sin realizar un estudio previo de mercado, centrándose solamente en ofrecer más espectáculos que el anterior adjudicatario ¿Qué se trata del pliego de condiciones de una plaza de tercera en la que antes se daban dos novilladas? No importa, yo que soy el más “romántico” del toreo, ofrezco dos corridas de toros con las primeras figuras y ya después “me las arreglaré como pueda”. Imagínense el arreglo por dónde sale, pero lo que está claro que las cuentas tienen que cuadrar y nunca suele perder el “romántico” de turno que termina recortando los honorarios de toreros, ganaderos o comprando ganado de baja calidad, resultando perjudicado el espectáculo y, por ende, el que paga.
Cambiando de asunto, durante el trascurso de la tertulia era ineludible hablar sobre la no presencia de José Tomás un año más en el coso del Baratillo. Después de la razonable explicación de Valencia uno llega a la conclusión de que ni la empresa es tan “mala” ni el torero es tan “bueno”. Creo que el tema sobrepasa lo meramente económico. Son muchas ferias de abril sin José Tomás, demasiados desencuentros en los últimos años que hacen que, en mi modesto entender, sea una cuestión más de soberbia por parte del diestro que de otra cosa. Ojo, y no digo que el de Galapagar no tenga sus razones -que seguro las tendrá- porque soy de los que piensan que en las guerras todas las partes tienen su parte de culpabilidad. Aunque bien es cierto que nuevamente la Fiesta se queda sin un acontecimiento de primer nivel por culpa de los dichosos intereses particulares. No vale de nada que estemos defendiéndonos de la oleada antitaurina actual si después los primeros interesados no son capaces de cuidar lo que tienen entre manos. Qué buena oportunidad hemos perdido en un momento tan delicado para la tauromaquia de ver la reaparición de José Tomás en la Maestranza. Hubiera sido un acontecimiento de primer nivel capaz de poner en portada al toreo en todos los medios de comunicación y de “darle donde más les duele” a los que quieren coartarnos nuestro derecho a ser taurinos.
En fin, nos tendremos que resignar haciendo alusión a aquella frase tan utilizada por don Diodoro Canorea, que en paz descanse, cuando las cosas no le salían como quería: “La plaza está ahí y habrá más ferias de abril”.
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